Los lunes de noche de 1966, Canal 4 ponía nada menos que tres comedias de corrido, de las cuales destacaba la hilarante "Super Agente F-86" ("Get Smart", 1965/70), que se convertiría en "la comedia" de la década. Su humor era (y es) tan efectivo que en los últimos treinta años ha sido reprogramada infinidad de veces, y no sería extraño que cualquier día de estos apareciera nuevamente tapando algún agujero de mañana, de tarde, o a medianoche.
James Bond se hubiera puesto colorado de vergüenza al ver operar a su colega Maxwell Smart (Don Adams), empeñoso pero inepto, entusiasta pero confundido, a los tropezones en su camino implacable para detener a los agentes enemigos de K.A.O.S., dirigidos por el malévolo Sigfrido (Bernie Kopell), en su conquista del mundo. Max trabajaba para El Jefe (Edward Platt), autoridad de la agencia de inteligencia C.O.N.T.R.O.L., y su compañera de aventuras era la hermosa y solo un poco menos tonta Agente 99 (Barbara Feldon).
Al poco tiempo nació un idilio entre Smart y la 99 que en la tercera temporada de la serie terminó en el altar. Otros sufridos colaboradores del F-86 era el pobre Agente 13 (Dave Ketchum) que, sin duda influido por su fatídico número, siempre aparecía agazapado en escondites incomodísimos como un buzón, una letrina o un lavarropas, y el robot Jaime (Dick Gautier).
Max solía enloquecer a todos, amigos y enemigos, pero especialmente al Jefe a quien, en casos que consideraba necesaria una conversación confidencial, lo obligaba a introducirse en "el cono del silencio", una especie de campana tan a prueba de sonidos que les resultaba imposible oirse mutuamente. Entre sus expresiones de batalla estaba "Me creerías...", que usaba cuando a alguien - amigo o enemigo - le costaba aceptar una de sus ingenuas invenciones, y trataba de sustituirla por una alternativa más aceptable. La frase se convirtió en un elemento muy popular del lenguaje cotidiano en aquellos días.
Por supuesto que, al igual que sus colegas serios, el F-86 disponía de todo tipo de artilugio tecnológico para combatir a sus enemigos. Desgraciadamente eran elementos estrafalarios sin utilidad, o no funcionaban en todas las ocasiones. Tal era el caso del zapatófono que sonaba en cualquier situación, o la pared invisible, la red y la puerta que se abría en ambos lados en su departamento, que a veces se convertían en trampas mortales. Ni que hablar que Smart tenía serios problemas para conducir su auto superdeportivo, al que nunca terminaba de dominarle la caja de cambios. En más de una oportunidad, al no poder salir de la marcha reversa, se lo veía persiguiendo agentes enemigos por la ciudad marcha atrás.